Otro muro de la muerte
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No tuvieron tiempo para reaccionar. El ruido repentino de un motor que venía desde dentro de la cochera, el golpe sordo de una gigantesca carrocería contra la pared de 2.50 metros de alto, el estruendo siniestro de pesados bloques de cemento y ladrillo que se desploman sobre ellos con violencia, la oscuridad absoluta, y luego el dolor, la muerte...
Juan Cotrina y Élmer Otero son dos viejos amigos de la quinta cuadra de la calle Huamanga, del populoso barrio El Porvenir, La Victoria. Con más de 60 años de edad, pertenecen a esa generación que vio tugurizarse cada vez más su urbanización hasta verla convertida en uno de los lugares más peligrosos de Lima.
Pero ellos viven en una zona más tranquila. El edificio de cuatro pisos de la mencionada cuadra se ubica a 100 metros del complejo policial de Tránsito y, aunque no está exento de delincuencia, al menos los vecinos procuran que ésta no se generalice como en otras zonas aledañas.
Frente al largo edificio de tiendas y departamentos familiares hay un frondoso jardín que corre paralelo a la fachada y divide la pista de dos vías. Cruzando el asfalto, está el viejo muro del recordado Coliseo Nacional, epicentro folclórico de los años 60, hoy convertido en inmenso corralón utilizado para guardar camiones de carga pesada.
A la sombra de un árbol de caucho, que los entusiastas de la cuadra plantaron hace 35 años, Juan acostumbra a organizar parrilladas y encuentros de camaradería con aquellos amigos de siempre, los que no se fueron a otro distrito, ni migraron al extranjero.
Allí estaban, la aciaga tarde del jueves 10 de abril, Juan Cotrina, Élmer Otero, dos amigos más, y el sobrino de Juan, departiendo y lanzando sonoras carcajadas. Era un día especial pues un camarada que había venido de visita desde Estados Unidos se regresaba el sábado y tenían que ir al distrito de Chorrillos a brindar por su despedida.
A las las 5.40 pm, cruzaron la pista y se apostaron de espaldas al muro de la cochera, junto al automóvil del sobrino de Juan, alistándose a partir.
Eran las 5.50 cuando sobrevino la desgracia.
En la madrugada del jueves, 12 horas antes de la tragedia, el chofer Pedro Castro Cacsire y su ayudante Gian Marco Rojas descargaban su camión repleto de cebollas provenientes de Arequipa en La Parada.
Con la escasez productiva, las lluvias torrenciales que cortan las vías y la especulación reinante en el Mercado Mayorista Nº 1 de Lima, no es poca cosa terminar la faena y recibir un buen pago por el cargamento. Había que celebrarlo.
Así lo hicieron Pedro y Gian Marco, antes de estacionar el camión, de placa WB 6974, en la cochera de El Porvenir. No era la primera vez que bebían después de la jornada, pero esta vez se excedieron irresponsablemente. Tomaron todo el día. Cada uno consumió una caja de cervezas.
A las 5.40 pm discutieron brevemente sobre si era conveniente o no ir a estacionar el camión en ese estado.
Eran las 5 y 50 de la tarde cuando Castro retrocedió el camión a toda velocidad contra el muro sin columnas de fierro de la cochera de la muerte. Aún no se percataba de lo que había pasado cuando vio a Rojas trepar hasta su asiento dando alaridos: "¡Qué has hecho! ¡Qué has hecho!".
Entonces miró atrás. Tras la polvareda que se levantaba vio a una decena de vecinos que se acercaban corriendo, y escuchó los primeros gritos de su conciencia.
Huyó despavorido
Sobre el pavimento, en medio de los ladrillos, Élmer yacía boca abajo, inconsciente. Juan había quedado de rodillas, con el rostro contra el suelo, pero balbucía, manoteaba y luchaba por incorporarse. Había sido policía y, a sus 70 años, todavía era fuerte.
Juan llegó a escuchar el bullicio de cientos de vecinos arremolinándose a su alrededor, las sirenas de los patrulleros, la histeria de los que querían hacer algo y no podían porque nunca llegaron los bomberos, ni ambulancias, ni paramédicos. Pero su pensamiento estaba en sus hermanos, en sus seres más queridos que hace 20 años partieron a los Estados Unidos y no pudieron regresar.
Camino al Hospital 2 de Mayo, en un patrullero, tuvo tiempo para encontrar aquel sosiego que solo se alcanza en el trance supremo. Esa reconciliación que dicen que se tiene con todos, sobre todo con Dios. Por eso, al llegar al nosocomio, entregó su alma en paz.
Un médico salió a explicar que murió de paro cardio-respiratorio provocado por un traumatismo toráxico cerrado y por las contusiones producidas por la caída de la pared.
Su amigo Élmer, negociante de 65 años, sobrevivió. Sufrió un grave traumatismo en la cabeza y no puede mover las piernas. Las autoridades le han dicho a sus familiares que el SOAT (Seguro Obligatorio contra Accidentes de Tránsito) no cubre los gastos si el vehículo agresor no se encuentra en la vía pública. Los médicos del Hospital 2 de Mayo, lo han enviado a su casa porque no tiene seguro.
Los otros amigos se salvaron de milagro y el sobrino de Juan se fracturó el pie.
Pasada la borrachera, Pedro Castro, el chofer y dueño del camión, ha dado la cara y está ayudando a los familiares "en lo que puede", pero el administrador de la cochera les exige que retiren la denuncia si quieren que reconozca su responsabilidad.
A pesar de que la pared ya se había caído varias veces antes, la Municipalidad de La Victoria solo había pintado el muro mas no dispuso su demolición y reconstrucción con columnas de fierro. Otro acto de negligencia, pues el corralón no cuenta con las condiciones mínimas de seguridad para albergar a cientos de camiones de gran tonelaje.
No uno sino muchos derrumbes
Lima debe ser una de las pocas grandes ciudades del mundo en las cuales no es necesario que haya un sismo o un bombardeo para morir aplastado por una pared.
Ni siquiera el último terremoto del 15 de agosto de 2007 ha cobrado en nuestra ciudad tantas víctimas como las provocadas últimamente por derrumbes de construcciones mal diseñadas o de paredes mal levantadas.
Solo un día antes de la muerte de Juan Cotrina, el joven obrero Alex Fonseca, permaneció sepultado durante 40 minutos bajo toneladas de fierro y arena luego de que se derrumbara la construcción en la que trabajaba en el distrito de Breña. Alex pudo hacer un pequeño agujero con la mano para respirar hasta que sus compañeros lograron rescatarle.
Peor suerte corrieron ocho obreros, el 12 de diciembre del año pasado, en otra construcción en el mismo distrito de La Victoria. Solo les sobrevivió su compañero Richard Nina, quien perdió un brazo. El drama de Nina, que estuvo enterrado durante diez horas, paralizó al país, pero desde entonces nada se ha hecho para prevenir nuevos accidentes.
Los vecinos de la cuadra 5 de Huamanga, expresaron su indignación ante los medios de comunicación que cubrieron el fatídico derrumbe del jueves pasado: "Qué hubiera pasado si hubiera habido niños. No tienen precaución. No es la primera vez. En la otra cuadra ya se ha caído una pared y ha muerto una criatura. ¿Qué están esperando? ¿Matar más niños? Toda la vida no vamos a vivir en esa zozobra" dijo la vecina Estrella García.
Otra señora recordó que los dueños de la cochera cobran S/. 10 soles por cada camión que se estaciona y que son más de 100 camiones al día los que ingresan a ese corralón. "¿Acaso no pueden invertir en tomar las mínimas medidas de seguridad?" - dijo.
Tanto el dueño del corralón, como el chofer que provocó la tragedia hasta el momento no han asumido plenamente su responsabilidad, sobre todo para prestar atención médica al sobreviviente Élmer Otero, quien se encuentra inmovilizado con un grave traumatismo en la pelvis.
Nota: Juan era mi vecino y su muerte me toca personalmente. Si bien no tuvimos ocasión de desarrollar una amistad personal, la vida nos dio la oportunidad de compartir, durante 34 años, un mismo espacio vital y mil inquietudes cotidianas. Juan Cotrina, ¡Descansa en paz!
Tags: fotos accidente crash derrumbe transportes tránsito Estados+Unidos desgracia La Victoria El Porvenir La Parada Hospital 2 de Mayo SOAT Municipalidad de La Victoria
Juan Cotrina y Élmer Otero son dos viejos amigos de la quinta cuadra de la calle Huamanga, del populoso barrio El Porvenir, La Victoria. Con más de 60 años de edad, pertenecen a esa generación que vio tugurizarse cada vez más su urbanización hasta verla convertida en uno de los lugares más peligrosos de Lima.
Pero ellos viven en una zona más tranquila. El edificio de cuatro pisos de la mencionada cuadra se ubica a 100 metros del complejo policial de Tránsito y, aunque no está exento de delincuencia, al menos los vecinos procuran que ésta no se generalice como en otras zonas aledañas.
Frente al largo edificio de tiendas y departamentos familiares hay un frondoso jardín que corre paralelo a la fachada y divide la pista de dos vías. Cruzando el asfalto, está el viejo muro del recordado Coliseo Nacional, epicentro folclórico de los años 60, hoy convertido en inmenso corralón utilizado para guardar camiones de carga pesada.
A la sombra de un árbol de caucho, que los entusiastas de la cuadra plantaron hace 35 años, Juan acostumbra a organizar parrilladas y encuentros de camaradería con aquellos amigos de siempre, los que no se fueron a otro distrito, ni migraron al extranjero.
Allí estaban, la aciaga tarde del jueves 10 de abril, Juan Cotrina, Élmer Otero, dos amigos más, y el sobrino de Juan, departiendo y lanzando sonoras carcajadas. Era un día especial pues un camarada que había venido de visita desde Estados Unidos se regresaba el sábado y tenían que ir al distrito de Chorrillos a brindar por su despedida.
A las las 5.40 pm, cruzaron la pista y se apostaron de espaldas al muro de la cochera, junto al automóvil del sobrino de Juan, alistándose a partir.
Eran las 5.50 cuando sobrevino la desgracia.
En la madrugada del jueves, 12 horas antes de la tragedia, el chofer Pedro Castro Cacsire y su ayudante Gian Marco Rojas descargaban su camión repleto de cebollas provenientes de Arequipa en La Parada.
Con la escasez productiva, las lluvias torrenciales que cortan las vías y la especulación reinante en el Mercado Mayorista Nº 1 de Lima, no es poca cosa terminar la faena y recibir un buen pago por el cargamento. Había que celebrarlo.
Así lo hicieron Pedro y Gian Marco, antes de estacionar el camión, de placa WB 6974, en la cochera de El Porvenir. No era la primera vez que bebían después de la jornada, pero esta vez se excedieron irresponsablemente. Tomaron todo el día. Cada uno consumió una caja de cervezas.
A las 5.40 pm discutieron brevemente sobre si era conveniente o no ir a estacionar el camión en ese estado.
Eran las 5 y 50 de la tarde cuando Castro retrocedió el camión a toda velocidad contra el muro sin columnas de fierro de la cochera de la muerte. Aún no se percataba de lo que había pasado cuando vio a Rojas trepar hasta su asiento dando alaridos: "¡Qué has hecho! ¡Qué has hecho!".
Entonces miró atrás. Tras la polvareda que se levantaba vio a una decena de vecinos que se acercaban corriendo, y escuchó los primeros gritos de su conciencia.
Huyó despavorido
Sobre el pavimento, en medio de los ladrillos, Élmer yacía boca abajo, inconsciente. Juan había quedado de rodillas, con el rostro contra el suelo, pero balbucía, manoteaba y luchaba por incorporarse. Había sido policía y, a sus 70 años, todavía era fuerte.
Juan llegó a escuchar el bullicio de cientos de vecinos arremolinándose a su alrededor, las sirenas de los patrulleros, la histeria de los que querían hacer algo y no podían porque nunca llegaron los bomberos, ni ambulancias, ni paramédicos. Pero su pensamiento estaba en sus hermanos, en sus seres más queridos que hace 20 años partieron a los Estados Unidos y no pudieron regresar.
Camino al Hospital 2 de Mayo, en un patrullero, tuvo tiempo para encontrar aquel sosiego que solo se alcanza en el trance supremo. Esa reconciliación que dicen que se tiene con todos, sobre todo con Dios. Por eso, al llegar al nosocomio, entregó su alma en paz.
Un médico salió a explicar que murió de paro cardio-respiratorio provocado por un traumatismo toráxico cerrado y por las contusiones producidas por la caída de la pared.
Su amigo Élmer, negociante de 65 años, sobrevivió. Sufrió un grave traumatismo en la cabeza y no puede mover las piernas. Las autoridades le han dicho a sus familiares que el SOAT (Seguro Obligatorio contra Accidentes de Tránsito) no cubre los gastos si el vehículo agresor no se encuentra en la vía pública. Los médicos del Hospital 2 de Mayo, lo han enviado a su casa porque no tiene seguro.
Los otros amigos se salvaron de milagro y el sobrino de Juan se fracturó el pie.
Pasada la borrachera, Pedro Castro, el chofer y dueño del camión, ha dado la cara y está ayudando a los familiares "en lo que puede", pero el administrador de la cochera les exige que retiren la denuncia si quieren que reconozca su responsabilidad.
A pesar de que la pared ya se había caído varias veces antes, la Municipalidad de La Victoria solo había pintado el muro mas no dispuso su demolición y reconstrucción con columnas de fierro. Otro acto de negligencia, pues el corralón no cuenta con las condiciones mínimas de seguridad para albergar a cientos de camiones de gran tonelaje.
No uno sino muchos derrumbes
Lima debe ser una de las pocas grandes ciudades del mundo en las cuales no es necesario que haya un sismo o un bombardeo para morir aplastado por una pared.
Ni siquiera el último terremoto del 15 de agosto de 2007 ha cobrado en nuestra ciudad tantas víctimas como las provocadas últimamente por derrumbes de construcciones mal diseñadas o de paredes mal levantadas.
Solo un día antes de la muerte de Juan Cotrina, el joven obrero Alex Fonseca, permaneció sepultado durante 40 minutos bajo toneladas de fierro y arena luego de que se derrumbara la construcción en la que trabajaba en el distrito de Breña. Alex pudo hacer un pequeño agujero con la mano para respirar hasta que sus compañeros lograron rescatarle.
Peor suerte corrieron ocho obreros, el 12 de diciembre del año pasado, en otra construcción en el mismo distrito de La Victoria. Solo les sobrevivió su compañero Richard Nina, quien perdió un brazo. El drama de Nina, que estuvo enterrado durante diez horas, paralizó al país, pero desde entonces nada se ha hecho para prevenir nuevos accidentes.
Los vecinos de la cuadra 5 de Huamanga, expresaron su indignación ante los medios de comunicación que cubrieron el fatídico derrumbe del jueves pasado: "Qué hubiera pasado si hubiera habido niños. No tienen precaución. No es la primera vez. En la otra cuadra ya se ha caído una pared y ha muerto una criatura. ¿Qué están esperando? ¿Matar más niños? Toda la vida no vamos a vivir en esa zozobra" dijo la vecina Estrella García.
Otra señora recordó que los dueños de la cochera cobran S/. 10 soles por cada camión que se estaciona y que son más de 100 camiones al día los que ingresan a ese corralón. "¿Acaso no pueden invertir en tomar las mínimas medidas de seguridad?" - dijo.
Tanto el dueño del corralón, como el chofer que provocó la tragedia hasta el momento no han asumido plenamente su responsabilidad, sobre todo para prestar atención médica al sobreviviente Élmer Otero, quien se encuentra inmovilizado con un grave traumatismo en la pelvis.
Nota: Juan era mi vecino y su muerte me toca personalmente. Si bien no tuvimos ocasión de desarrollar una amistad personal, la vida nos dio la oportunidad de compartir, durante 34 años, un mismo espacio vital y mil inquietudes cotidianas. Juan Cotrina, ¡Descansa en paz!
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