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lunes, 16 de octubre de 2006

Medio Siglo de Periodismo (por Luis Eduardo Podestá)

Luis Eduardo Podestá

Luis Eduardo Podestá Núñez, nació en Arequipa. Pertenece a una generación de periodistas peruanos que surgió en los años 50 y ha trabajado en los prestigiosos diarios La Prensa, Correo, Expreso, La República y El Pueblo (Arequipa). Fue redactor principal de la Agencia Associated Press. Es autor de varios libros sobre periodismo y, en literatura, ha escrito un libro de relatos y tres novelas. Actualmente es jefe de Prensa e Imagen de la Oficina de Control de la Magistratura (OCMA) y presidente de la flamante Asociación Civil Comunicadores Independientes del Perú (COMINDEP).

Reproducimos aquí fragmentos del discurso pronunciado por Podestá, durante la ceremonia en homenaje al Día del Periodista, en el Colegio de Periodistas del Perú.

Gracias, colegas, por permitirme el honor de estar ante ustedes en esta fecha tan especial que se presta para reflexiones y evocaciones que será placentero compartir brevemente con ustedes, periodistas, y con quienes ocasionalmente están al otro lado del micrófono o de la libreta de apuntes para decirnos algo, a favor o en contra, de la realidad cotidiana de nuestra patria y que será la noticia de hoy y de mañana. [...]

Es posible que en armonía con el tiempo transcurrido hayamos cambiado como todo cambió en un mundo que nos convirtió en la bisagra entre dos siglos, y nos permitió ser testigos de lo que fuimos y de lo que somos y quizá nos permita avizorar lo que será el periodismo en el tiempo y en el espacio que vendrán.

Nosotros, hombres del siglo XX, tuvimos la oportunidad, nos preguntamos si feliz o desdichada, de ver transformaciones, avances y regresiones que no han servido para mejorar la vida de una gran mayoría de nuestros semejantes y el hecho de que este sea un fenómeno común al tercer o cuarto mundo, no significa que debamos darle curso a la resignación o al consuelo de tontos, según el cual hay muchos otros que están peor que nosotros. Pero coincidiremos en que no todo tiempo pasado fue mejor. [...]

Frente al avance arrollador de la tecnología que nos ubica casi como protagonistas inmediatos de los sucesos más lejanos, ocurridos en algún confín del mundo, creo que no debemos olvidar nuestros primeros pasos en que nos ayudaron la experiencia y sabiduría acumulada por aquellos viejos a quienes conocimos en las arcaicas imprentas con que el periodismo de los años 50 del siglo anterior salía a la calle a llevar las noticias de ayer, las mismas que, si hacemos odiosas comparaciones, hoy nos llegan en el mismo instante en que ocurren.

Fue por aquel tiempo, en abril de 1955, que comencé a perpetrar noticias policiales en la corresponsalía del desaparecido diario La Prensa, uno de los dos grandes periódicos estándar peruanos que defendía una posición política y económica frente a otro gran coloso que aún existe, el diario El Comercio.

Pues bien, en aquella corresponsalía arequipeña de La Prensa, cuya redacción estaba ubicada en un altillo que nos colocaba casi casi con la cabeza contra el techo, Samuel Lozada Tamayo, recién graduado abogado y periodista por vocación como todos nosotros porque entonces no había escuelas de periodismo, me dio la bienvenida para indicarme que sería el redactor –gran título, que comenzó a gustarme– de policiales pero que aparte de eso, tenía que estar atento a cualquier clase de acontecimientos. Me fijó un sueldo: 80 soles. Yo no sé qué ni cuántas cosas podían comprarse con ese dinero pero sí recuerdo que en ese tiempo una cerveza costaba un sol veinte, de modo que ustedes pueden calcular para cuánto podía alcanzar ese salario.

Fue en esa corresponsalía también, donde tuve acceso a la primera biblia del periodismo escrito, el Libro de Estilo de La Prensa, que casi me aprendí de memoria para no atentar contra la forma de escribir un inspirado y concreto primer párrafo y los que a continuación le darían también un buen cuerpo a la noticia. Años más tarde, cuando el desaparecido y buen periodista que fue Guillermo Cortez Núñez, Cuatacho, me honró con el cargo de jefe de Informaciones del diario Expreso de los años 60, aquel librito me inspiró para escribir un primer compendio de consejos para los estudiantes, los periodistas jóvenes y los periodistas no tan jóvenes que llamé El estilo periodístico. No me produjo beneficios económicos pero sí una gran satisfacción espiritual y familiar, y el gran orgullo de que la piratería lo capturara y lo vendiera en la Plaza Francia e inmediaciones por cuatro soles, cuando el volumen legal costaba diez.

Nosotros, a quienes la vida nos ha permitido llegar superar muchas barreras a pesar de dictaduras, malos salarios y consuetudinarias reducciones de personal, quizá estemos en capacidad de sentir otra clase de orgullo y satisfacción: el haber sido testigos de cambios en las comunicaciones, a veces tan traumáticos que muchos colegas se negaron a usar las computadoras con que se equipaban las nuevas redacciones y preferían apartarse del mundanal silencio de esos artefactos para escribir acompañándose del ritmo habitual de sus máquinas de escribir que era quizá la música con que querían pintar las imágenes de sus informaciones.

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Porque escritas a golpes metálicos o electrónicos, esas informaciones han quedado como fuente de la historia, a las que muchos estudiosos de este siglo recurren para intentar conocer algo de cómo fue aquella sabrosa época que no fue ni la del jazz de los años 20 ni la de las revoluciones de los 30, pero sí fue la generosa generación de los 50 con coca cola, mambo y rebeliones contra la dictadura de turno, de los 60 que dieron la bienvenida a la democracia que duraría otra vez muy poco, de los 70 con el hombre en la luna, una nueva democracia y guerrillas fidelistas, de los 80 con otra década de democracia e inflación, cuando también, así dijeron, desapareció la viruela y apareció La guerra del fin del mundo, de Mario Vargas Llosa, de los 90 que nos esperanzaba en el próximo siglo y nos defraudó una vez más.

A pesar de todo, sinceramente, otra vez con Neruda podemos proclamar: confieso que he vivido. Cómo no jurarlo si asistimos al nacimiento de la primera cadena peruana de diarios que comenzó a utilizar el teletipo y convirtió en periodistas a algunos empleados del correo central y de paso descentralizó la información. Cómo no declarar que conocimos a los maestros tipógrafos de los talleres que cuadraban las columnas de plomo con una pita para, como hoy lo hacen los comandos de una computadora, equilibrar las mismas columnas que el mundo leerá al día siguiente. Cómo no recordar y agradecer a Dios el habernos permitido vivir y sobrevivir a esa época de romance periodístico en que la curiosidad de saberlo todo nos empujaba a codearnos con lo peor y lo mejor de nuestra sociedad, con lo más bello y lo más horrendo, para poder describir con convicción de todo aquello y decirle al mundo que eso también existe. Cómo no sentirse adolescentemente enamorado para siempre de este oficio que nos ha permitido sufrir, describir, comentar y dolernos de lo que otros viven y llevar de la mano a los lectores, radioescuchas y televidentes para hacerles participar de lo bueno, lo malo y lo odioso de este mundo, para mostrarles que en medio de todo, es esta la misión a que nos obliga cada día la verdad como virtud divina.

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Y finalmente, queridos amigos, cómo no sentirse plenamente satisfecho de estar aquí, otra vez como hace medio siglo, en un nuevo primero de octubre, sintiéndonos periodistas obligados con la comunidad que nos rodea, a servirla, a velar por su bienestar, a luchar desde nuestras pantallas de hoy como lo hicimos con las carillas de ayer con el mismo espíritu rebelde, que muestra el presente para construir el futuro y procurar que el porvenir que nos queda aliente la convicción de que hicimos lo que debimos, en el tramo del tiempo que nos correspondió, y nos depare la esperanza de que quienes nos siguen en esta tarea sabrán también luchar para que primero la comunidad donde vivimos, luego la patria y finalmente el gran mundo que es nuestro, disfruten de la paz, la concordia, la democracia y el bienestar que nosotros no nos cansamos de buscar y quizá no pudimos encontrar.


Fotos: Flickr

martes, 10 de octubre de 2006

El joven de los huesos de cristal. Vivir con Osteogénesis imperfecta

Cuando tenía televisión con cable, nunca se perdía el programa Construcciones vanguardistas en National Geographic. Entonces decidió estudiar ingeniería mecatrónica al acabar la secundaria para hacerse un par de piernas con que caminar.

Juan Prudencio Mori tiene 16 años. Cursa el cuarto año. No supera el metro de estatura, sus huesos son frágiles como el vidrio y se deforman por falta de colágeno. Para desplazarse lo tienen que cargar.

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Juan Vive a la falda de un cerro en el asentamiento humano Huáscar del distrito de San Juan de Lurigancho, en Lima. Ya le cortaron el cable, pero no le importa, se sumerge en sus libros de ciencia y matemática. Ocupa el primer puesto en su colegio y acude a cuanto concurso escolar puede.

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Mototaxis recorren sector Huascar, en San Juan de Lurigancho

El domingo 17 de setiembre superó a 118 escolares de su distrito en el Concurso de Talentos convocado por el Centro Pre Universitario de San Marcos. Ahora quiere estudiar también genética y biotecnología para poder desentrañar el misterio de su mal: la osteogénesis imperfecta (O.I.).

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Juan Prudencio rinde concurso preuniversitario

Si no estudio dos carreras, no estaría completo” dice, agregando que su manera de proceder es “pensar antes de hacer”.

Dos meses después de nacer le enyesaron todo el cuerpo. Sus padres deambularon por toda la ciudad buscando ayuda. Recién a los 11 años, tras una caída de la silla de ruedas en la que se fracturó los huesos de la pierna y el brazo izquierdos, le diagnosticaron el mal que padecía.

La osteogénesis imperfecta es una enfermedad hereditaria que a Juan le viene de algún antepasado lejano y que podría trasmitir a su descendencia. Por su edad, ya es tarde para que le operen y camine, pero aún le pueden corregir la escoliosis o deformación de la columna.

Según el doctor Horacio Plotkin, profesor de pediatría y cirugía ortopédica de la Universidad de Nebraska, la persona afectada con OI es alguien normal con huesos débiles. En muchos casos se trata de una enfermedad causada por mutaciones de los genes del colágeno. “Un gen es como el plano en donde se va a construir el hueso. El colágeno es una proteína que forma la estructura del hueso en el cual el calcio se va a pegar. Si la estructura no es buena el calcio no tiene donde pegarse, entonces el hueso es débil”.

La Familia, los amigos.

Juan se levanta todos los días a las 6 y 30 de la mañana. Su hermana Sandra - que ha tenido que dejar sus estudios de contabilidad para dedicarse a él - lo lleva y recoge del colegio Nuevo Amanecer en mototaxi. Allí se estudia hasta las 5 y 30 de la tarde. Miriam Maldonado, directora del centro educativo, testimonia que es un líder en su aula: convoca a sus compañeros a su casa y distribuye las tareas cuando les asignan trabajos grupales.

Los fines de semana se atreven a llevarlo de paseo al supermercado y al trabajo de otra hermana. Temen que se les caiga como otras veces. A él le gusta salir de casa y es feliz frente a un plato de cebiche o a una computadora conectada a Internet.

“Me gustan las espadas” dice. Se refiere a un pliego de papel enrollado que esgrime frente a un compañero de juegos en el colegio. Mientras ataca le va diciendo a otro de sus amigos que dirige la silla de ruedas: “¡A la derecha!, ¡adelante!, ¡más rápido!, ¡más rápido!...”

Juan Prudencio admira a Pitágoras, a Sócrates y a Einstein, pero más que a nadie admira a cada uno de los 14 miembros de la familia que viven en su humilde casa. El sacrificio de sus padres lo motiva a superar a todos en su colegio. Por eso da la impresión de que no tiene limitaciones físicas cuando se conversa con él.

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El albañil Román Prudencio y su esposa Nicolasa Mori provienen del recóndito distrito Daniel Alcides Carrión en Cerro de Pasco y llegaron a Huáscar un año después de la invasión de dicho lugar, en 1973. Su hijo Juan es el octavo de diez hermanos que van desde los 30 hasta los 11 años de edad y el único que ha heredado la enfermedad de los huesos frágiles.

Al principio, el reto parecía insuperable. La pobreza desmoralizaba a su padre. Su madre lloraba inconsolable. Creyendo estar sola, un día sollozaba en un rincón de la casa cuando escuchó: “Mami, no llores, que yo soy igual a los demás”. Desde entonces cobró más valor y esperanzas.

Esther Valverde, la maestra de primaria, le daba clases durante dos horas diarias, apartado de los demás. Temía que los otros chicos le fracturen. Cortaba en cuatro partes un cuaderno, a la medida de sus manos. Con el tiempo se convirtió en su madrina de bautizo. Ella es testigo de que si Prudencio no puede ser un alumno como cualquiera es porque es superior a los demás.

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Desde hace un tiempo ellos reciben la ayuda de la Asociación de Osteogénesis Imperfecta del Perú (AOI), integrada por padres de familia, amigos y afectados por dicho mal. El principal objetivo de la Asociación es intercambiar experiencias, buscar conocimiento y difundirlo en la sociedad para que los pacientes sean comprendidos, aceptados e integrados. Los miembros de la AOI se reúnen en las casas de sus miembros y buscan constantemente la ayuda de personas generosas que quieran apadrinar a chicos como Juan.

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Miembros de la Asociación de Osteogénesis Imperfecta del Perú

Él hace que su vida sea lo más normal posible. Recuerda que sus hermanos le enseñaron las primeras letras. Ahora hace lo propio con su sobrino. Piensa que si renuncia, todo el sufrimiento y gasto de ellos será en vano y eso le da coraje para seguir.

Boletin Pre San Marcos Nº 5 012


Como todos, Juan carga su cruz de cada día; como nadie, lo hace toda la vida con sus huesos de cristal.